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Artículo de opinión: Cuando la brújula no señala al norte.

En una sociedad en continuo cambio como la nuestra, donde conviven tradiciones arraigadas en lo mas profundo de nuestra identidad colectiva con las nuevas oleadas tecnológicas y nuevos canales de información, se generan controversias entorno a cuestiones tan nucleares como la vivencia de la sexualidad y las nuevas dinámicas de interacción social, que tienen su eco especialmente en los mas jóvenes, por la importancia que supone dicho componente en la forja de su identidad.


Solo hace falta encender la televisión para darse cuenta de que las cosas han cambiado, solo hace falta visitar dos o tres superficies de moda textil para tener una idea general de que la democratización de la moda ha llegado y de que todo el mundo tiene acceso a vestir como quiere, o como la tendencia les empuja.


Y es que ese es el gran triunfo del sistema liderado por el corporativismo y el terrorismo emocional de las principales marcas icónicas del siglo XXI y del “hemisferio occidental”, las cadenas que te hacen esclavo están forjadas con los bienes materiales que hacen que te creas libre. Esa sensación de libertad, de que podemos hacer lo que queramos, del carpe diem, de que los valores son un lastre, se destila en cada centímetro del mensaje vomitado por los pixeles de una programación al servicio de la alienación colectiva.



El fenómeno de la hipersexualización, que no solo recae en el incremento de estímulos sexualizados en los diferentes canales de información, si no en el aumento de las actitudes y el tratamiento banal de una cuestión tan esencial para el ser humano, especialmente durante la adolescencia, cala en los jóvenes de manera inexorable, que no solo se inician cada vez antes en la practica sexual, si no que acaban relativizando todo lo concerniente a la esfera sexual y sus apéndices: la forma de vestir, la intimidad, la forma de ligar, el significado de la pareja etc...


Cuando el exceso de información es equivalente a desinformación, nos encontramos con esa falsa sensación de poder, de creer que sabemos lo que hacemos y de que hacemos lo correcto por que todo el mundo lo hace, asumiendo, sin criterio, pensamientos e ideales que no entendemos, para intentar encajar en esa normalidad tan ansiada para la cohesión social, olvidando que la normalidad es un termino estadístico y no moral, y que, a pesar de lo que nos venden, suele ser sinónimo de mediocridad, en una sociedad que estigmatiza lo diferente.


Las redes sociales, que han supuesto una revolución en los últimos años cumplen una función viral en cuanto a tendencias y presión mediática. Es cierto que los lobbys de la red han hecho su agosto, pero no podemos culparles solo a ellos, al fin y al cabo han facilitado la manifestación de algo ya existente en la naturaleza humana. El refuerzo social ya no es exclusivo de la vida real si no que se prolonga a la realidad virtual donde los “me gustas” y los “retweets” se convierten en una droga de reafirmación personal y en un falso espejo donde mirarse y valorarse como persona.


El lector de este escrito, posiblemente adulto, pensará que puede que no sea para tanto, que subir fotos y comentarlas no tiene tanto calado como se le intenta dar, pero por suerte o por desgracia, para los adolescentes, que carecen de esos mecanismos de cribado y raciocinio mas propios de la edad adulta ( en ocasiones también ausentes) supone un intercambio continuo de reforzadores, que cada vez se reducen a estímulos mas básicos y primitivos como son las imágenes.


De la misma manera que uno puede pensar que las armas no matan, que son las personas que aprietan el gatillo, con las redes sociales ocurre algo parecido. La exposición de la intimidad se convierte en algo cotidiano, y la fina linea entre lo sensual y lo sexual queda diluida tan pronto como el adolescente se da cuenta de que cuanto mas atrevida es la imagen, mas repercusión tiene, no solo en su circulo cercano de amistades, si no frente a cientos de “contactos” que no conoce y es posible que nunca conozca. De manera paulatina se va generando una “autocosificación” (reducir a la persona atributos físicos) que se da tanto en hombres como en mujeres, pero que es en estas últimas, donde se da de manera mas explícita, generándose un falso empoderamiento (sensación de poder) y pudiendo ser utilizada como instrumento de control.


La estrecha relación entre la sexualidad, la autoestima y la autoimagen de las personas vuelve a ponerse de relieve en este tipo de plataformas, donde todo el mundo tiende a dar su mejor cara y donde se generan abismos cada vez mas profundos entre el yo real y el yo ideal de las personas, aumentando la presión estética y social en general, ya que se configura un mundo idílico de viajes, comidas con los amigos, belleza, éxito social, felicidad inagotable que convierten a la realidad cotidiana en algo gris e insustancial, llegando a generar en la masa social sentimientos de culpabilidad por estar tristes en contraposición con ese cuadro onírico retratado en las redes sociales.


No debemos olvidar el papel que juega el aprendizaje vicario (adquisición de conductas por medio de la observación) en una sociedad donde el modelo de éxito recae en personajes como Rafa Mora o cualquier espécimen de “ Mujeres y Hombres y Viceversa” (que perpetúan el machismo y hacen apología de la estupidez). El presente es que los gimnasios y las discotecas están cada vez mas llenos y el universitario medio español tiene un nivel cultural mediocre, por lo que se hace indispensable el filtro y la contención de los padres y del sistema educativo, no a modo de adoctrinamiento o imposición si no como vehículo de cordura con el objetivo de ayudar a las nuevas generaciones a gestionar un mundo para el que en ocasiones tienen acceso antes de estar preparados.



“Sí, todo lo que existe debe perecer; el destino de todos los seres es la nada. Las causas de destrucción no son fáciles de enumerar: terremotos, huracanes y sobre todo el tiempo. Vivimos rodeados de cosas que perecerán, como nosotros mismos.” Séneca


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